jueves, 16 de junio de 2011

EL HOMBRE COMO SER Y GENERADOR DE CULTURA


Hombre y Cultura La relación entre el hombre y la cultura ha resultado siempre incómoda para el hombre. El eje de la discusión es si el hombre como creador de la cultura, puede modificarla y dirigirla hacia donde él mismo decida o, por el contrario, si la cultura es la primer creación humana que, cual cuento de ciencia ficción, se ha rebelado contra su creador y es ella quien modifica al hombre y lo lleva por donde quiere. La única base desde la que se puede partir con cierta seguridad, es que sin hombre no hay cultura. El hombre crea pues cultura. Respecto al primer punto, aunque el mismo Freud no lo trata explícitamente, no es difícil concluir que no sólo es la cultura quien modifica al hombre, sino que, y esto es el centro del problema en Freud, le hace pagar al hombre un precio por culturizarse y ese precio es la represión de sus pulsiones. Freud coincide con Aristóteles en aquella vieja frase en la que se afirma que el que vive fuera de la polis o es una bestia o es un dios, nótese que esta frase la expresó Aristóteles precisamente contra los bárbaros que no tenían la producción cultural griega-ateniense. Así pues, si quieres vivir en la polis, el peaje a pagar es la culturización, lo cual implica aprender a ganar debates y persuadir a otros en el ágora con argumentos y no con golpes. Esta es, diría Nietzsche, la tiranía del logos.
La cultura en Freud es, a la vez, padre represor que padre amoroso. Por la cultura se experimentan sentimientos tan mutuamente excluyentes como poderosos, pues, si bien por un lado, como decía Kant, representa una coraza protectora del mundo y de la naturaleza agreste, por otro, es la gran represora de instintos. Freud la describe así:
Pues es forzoso reconocer la medida en que la cultura reposa sobre la renuncia a las satisfacciones instintuales: hasta qué punto su condición previa radica precisamente en la insatisfacción (¿por supresión, represión o algún otro proceso?) de instintos poderosos. Esta frustración cultural rige el vasto dominio de las represiones sociales entre los seres humanos y ya sabemos que en ella reside la causa de la hostilidad opuesta a toda cultura (Freud, 1999, p. 90).
Freud toma forma un ideal de hombre ciertamente distinto de cualquier concepción filosófica, la incorporación de la ciencia y el estudio no del ser, sino del hombre en sí en su más profunda intimidad, vuelven al hombre-pensador como el sujeto-objeto de lo que está buscando. Es importante destacar que la formación académica de Freud es como médico psiquiatra y que hizo interesantes estudios fisiológicos sobre el funcionamiento del cerebro, así como de neurología. También ejerció como psiquiatra en el Hospital General de Viena en donde se centró en estudiar la neurosis, pero sobre todo, la histeria, cuestiones que finalmente lo llevarían a desarrollar el psicoanálisis. De hecho, sobre la neurosis afirma:
Comprobase así que el ser humano cae en la neurosis porque no logra soportar el grado de frustración que le impone la sociedad en aras de sus ideales de cultura, deduciéndose de ello que sería posible reconquistar las perspectivas de ser feliz, eliminando o atenuando en grado sumo estas exigencias culturales (Freud, 1999,. 81).
Así pues, la neurosis, no es sino el resultado de una cultura francamente represora frente a un individuo naturalmente hedone-eudemonista.
Cultura, Moral y Ética El punto de partida de Freud es que el hombre tiene algunas inclinaciones tan naturales como necesarias. La primera de ellas es su agresividad, por eso dice a propósito de la frase “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, que considera francamente absurda, irrealizable y por ende, cargada con una dosis significativa de represión cultural:
La verdad oculta tras de todo esto, que negaríamos de buen grado, es la de que el hombre no es una criatura tierna y necesitada de amor; que sólo osaría defenderse si se le atacara, sino por el contrario, un ser entre cuyas disposiciones instintivas también debe incluirse una buena porción de agresividad. Por consiguiente, el prójimo no le representa únicamente un posible colaborador y objeto sexual, sino también un motivo de tentación para satisfacer en él su agresividad, para explotar su capacidad de trabajo sin retribuirla, para aprovecharlo sexualmente sin su consentimiento, para apoderarse de sus bienes, para humillarlo, para ocasionarle sufrimientos, martirizarlo y matarlo. Homo hominis lupus (Freud, 1999, p. 102).
Se desprende de aquí la idea de que la cultura busca el dominio de la agresividad humana, lo cual, conlleva ciertos contras, pues entra en oposición con la naturaleza del hombre mismo. Las pasiones instintivas son más poderosas que los intereses racionales, Platón lo entendió bien cuando expulsó de la República a los poetas estableciendo así, toda una cultura. La necesidad de imponer la ley o una normatividad como eje regulador de las relaciones humanas, es cierto, puede reprimir el sentimiento agresivo franco, pero no alcanza a las manifestaciones más discretas y sutiles de la agresividad el hombre que, efectivamente, se dan simplemente por la naturaleza humana. La felicidad pues, que produce el ejercer esas pasiones e instintos se ve limitada fuertemente y deja al hombre dos salidas: la primera es la de convertirse un franco rebelde anticultural o al menos darse espacios de desahogo a través de alguna forma para evitar la neurosis y la segunda, sublimar esos instintos, es decir, recurrir a los desplazamientos de la libido previstos en el aparato psíquico. Esto último es particularmente interesante, pues se trata de reorientar los fines instintivos de tal manera que eludan la frustración del mundo exterior, de esta forma se obtienen satisfacciones similares a las que el artista experimenta en la creación, a las que el investigador experimenta al encontrar soluciones. A través de estas canalizaciones, se experimentan placeres o felicidad de fuentes superiores a las puramente naturales o instintivas, sin embargo, las satisfacciones que se obtienen de esas fuentes son tan pasajeras como cada vez más insuficientes. El problema de la voluntad schopenhaueriana se lee en cada reflexión de Freud, por ello el principio del placer es imposible de llevar a cabo, sin embargo, también lo es renunciar a su búsqueda.
La crítica que Freud hace a la cultura y a sus dos hijas pródigas: la moral y la religión, se centra en que su imposición conlleva necesariamente la renuncia y al establecimiento de un seguro de felicidad que se asemeja más a un espejismo, pues se trata de una protección contra el dolor mediante una transformación delirante de la realidad. Para Freud las religiones son delirios colectivos en las que las personas buscan caminos desesperados a la felicidad que no llevan

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